Quien me conoce bien sabe que mi pasatiempo favorito es jugar a las adivinanzas. No del tipo cuál es la capital de un país que solo conoces de Eurovisión o qué población tiene La Coruña, que también, si no…
- Vas a flipar con quién está saliendo Fulanito.
- Ay, por favor, no me lo digas.
Y juego al veo-veo hasta que, ante la desesperación de mis amigas, pues ni tras dar con el colegio, universidad, trabajo, historial de ex con los que en Madrid no se cruzará, grupo de amigas, aspecto físico, doy con la susodicha y me acaban gritando nombre, contexto, mote y apellidos.
Pero mi empeño en seguir jugando se resiste. Todo menos que me cuenten antes de tiempo el cotilleo, que acaba pasando, o que la respuesta se mire en el móvil, que también.
¿Pero cómo iba a ser de otra manera? Como dicen nuestros políticos.
Como en Inside Out, «los olvidadizos» de mi cerebro van borrando datos sin útil apariencia:
- Números de teléfono, ¿para que los necesita? Están en su móvil.
- ¡Oooolvíiidalo!
- Cuatro años de clases de piano.
- Está bastante apagado.
- Guarda la «Para Elisa» de Beethoven y va que chuta.
- ¿Presidentes de los Estados Unidos?
- Pues mira, deja solo a los de los billetes.
-¡Oooollvíiidalo!
Así, lo que se aprendió y no tiene uso recurrente va dejando espacio para nuevas vivencias y ocurrencias.
Supuestamente.
¿Por qué estamos seguros de que solo saberte (y de milagro) tu propio número de teléfono o no poder tirarte el pisto en el Trivial, pues ya todo se puede consultar, es realmente bueno?
Leo sobre el llamado «efecto Ikea», sobre el orgullo que uno siente al terminar de montar cualquier mueble de la empresa sueca; sobre cómo hacerlo tú mismo puede ser mucho más satisfactorio, tal y como describe el neurocientífico Moshe Bar.
Pero para juntar las piezas, hay que aplicarse y, por tanto, pasar por la famosa curva de aprendizaje, el diagrama o mejor la correlación entre el desempeño, el progreso, y el tiempo que conlleva.
Theodore Paul Wright en los 30 y luego Bruce Henderson, fundador de BCG en los 60 (este con la curva de la experiencia según cuenta Carlos Molina en Multiversial) popularizaron esta línea curvada imaginaria, cuya eficiencia está determinada por factores como el conocimiento del tema, habilidad, capacidad y talento. Pero el concepto fue ideado por el psicólogo y filósofo alemán Hermann Ebbinghaus en 1885 para ilustrar que «buena parte de los conocimientos que adquirimos los perdemos enseguida si no los afianzamos, del mismo modo que nuestra eficiencia en un aprendizaje aumenta a medida que lo consolidamos con la práctica».
¿Adivináis en qué libro lo describió por primera vez? En su monografía Über das Gedächtnis (Sobre la memoria), donde también habló de la curva del olvido.
No soy experta en micro, ni macro, ni de economía en general, pero sí intuyo que mientras sacamos la calculadora para dividir la cuenta de un restaurante, mientras miramos todas las respuestas en Google para conocer el dato de inmediato, básicamente: mientras insistimos en no hacer el mínimo esfuerzo porque lo tonto y lento parece lo contrario, pretendemos que todos los cursos de formación a los que asistimos, lo que se nos enseña para que dé sus frutos lo antes posible, cale como la lluvia de esta semana.
Por mi parte, estoy pensando en empezar a tomar «dememori» para no acabar como Dori. O quizá simplemente dejar de apoyarme o sustituirme tanto por el móvil, de optar por la vía rápida pero no por el largo plazo, pues como decía Anaïs Nin: «No vemos las cosas tal y como son, sino tal y como somos».
Y sin recordar lo inútil, sin memoria, ¿Cómo nos enfrentamos a todo? ¿Adónde vamos? ¿Quiénes somos? ¿Seremos capaces de aprender nuevas cosas de forma eficiente?
¿Cómo jugaremos a adivinar quién se ha liado con quien?
Qué bueno. Siempre.
Muy acertado Alicia !!! Y esta vez voy a ejercitar sin tregua mi memoria
Que bueno recordárnoslo porqué hasta eso se olvida