El primer colegio al que fui era solo de niñas. Se podría pensar que todo gallinero necesita de un gallo para mantener el orden pero este no era el caso: entre que no éramos muchas y que teníamos claro quién era el enemigo, la cosa marchaba. Y es que cuando una de nosotras estaba en apuros, fuese de tu grupo, la tratases o no, incluso te cayera mal, a la pregunta de «¿quién ha sido?», toda la clase se levantaba diciendo que había sido ella.
Esta heroicidad y solidaridad infantil-juvenil siempre me emocionó y acompañó hasta el punto de no entender cómo en los siguientes centros en los que estuve, lo suyo era que le cayese el muerto íntegro al susodicho, cuando de primero de trena, se sabe que si la condena es colectiva y más si no hay barrotes, tiende a ser mucho menor.
Desde entonces, si la he liado, he procurado cantar: asumiendo las consecuencias (casi me pegan al desvelar que era yo la que defendía a una de mi curso contra «una mayor» en Visualdisco…) y supongo que esperando una reacción unísona al estilo El club de los poetas muertos o Los goonies, que no siempre llegó.
Estas anécdotas me vinieron a la mente el martes tras ver Mr. Bates contra Correos, una mini serie en la que se narran los hechos reales de 550 subdirectores de oficinas postales británicos condenados erróneamente por fraude y robo a causa del mal funcionamiento del programa informático de las sucursales desarrollado por Fujitsu.
A estas personas y sus familias, antes de ayer (en los 2000), se les obligó a pagar cuantiosas sumas de dinero, perdiendo sus casas, ahorros, y a la vez manchando su honor y reputación al ser acusados de delitos que no habían cometido. Algunos se suicidaron, otros pisaron la cárcel, todos se arruinaron, varios sufrieron enfermedades del estrés y la locura de sentir que «eran los únicos de todo el Reino Unido reportando un supuesto fallo del sistema Horizon».
Mucho tiempo después y gracias a un señor llamado Alan Bates, que fue agrupando a los afectados, pudieron defenderse y recibir las compensaciones, insuficientes en mi opinión, por todo el daño causado. Un escándalo de tal magnitud que tardó años en salir a la luz simplemente por la creencia de que un programa informático instalado a nivel nacional, en una compañía estatal, NO podía fallar.
Pero lo hacía. Fueron tapando caso a caso hasta que se les hizo bola y un día la bola fue demasiado grande que ocultar. El elefante todavía estaba allí. Y es que hay momentos en los que algunos negocios pueden llegar a ser vistos como too big to fail y aunque el caso del servicio postal británico es menos conocido que la caída de Lehman Brothers, principalmente porque siguen operando y no les llevó a la quiebra, los errores de base como que tu programa contable falle o asumir riesgos excesivos, pueden acabar pagándose muy caro.
Así…
Cuando la casa se construye por el tejado y es imposible escalar el negocio, me acuerdo de YouTube, que se salvó de milagro al ser comprada por Google in extremis cuando se encontraba con graves problemas de almacenamiento en sus servidores (no quedaba espacio para más vídeos y no existía Amazon Web Services) y tener que enfrentarse legalmente a parte de la industria discográfica.
Cuando el producto no es bueno pero hay demanda, me acuerdo de Egipto y su New Cairo, la ciudad satélite que se ha construido en el área metropolitana de la capital ya que según me dijeron cuando ahí estuve era más práctico empezar de cero que seguir anexando edificios, modernizando y reconstruyendo.
Cuando te crees el más listo de la clase y que todo vale eternamente, me acuerdo de Alemania, su obsesión manufacturera, su predisposición a exportar, la politización de su banca, su apuesta energética por los combustibles fósiles rusos, la falta de oposición efectiva por las coaliciones, en definitiva, su falta de innovación como explicaba John Müller recientemente en un artículo, que si bien no hay que olvidar lo que te ha traído hasta aquí, a veces, «quedarnos embobados mirando atrás implica convertirnos en estatua de sal, como la mujer de Lot».
De pequeña, durante todo un viaje en coche, di una lata importante para que me comprasen una bola blanca para chupar con un chicle dentro de Taste of America que estaba super de moda. No sé si accedieron o conseguí un dinero por ahí para comprarla pero finalmente cayó en mi manos y arrancó el trabajo interminable de Sísifo, se me hizo bola, hasta el punto que acabó olvidada, pegajosa y asquerosa, difícil de tragar, en un cajón.
Cuidado con algo que se hace bola, en los negocios (o en la vida), porque puedes tener suerte y que aparezca un Mr. Bates para echarte un cable.
O no.
Recuerdo esa bola de Taste of America, también acabo en un cajón!
Sigue existiendo esa solidaridad en los coles o es más “a mi no me mires”? Me ha encantado la expresión “es de primero de trena”