I. Para la misa de mi boda elegí una lectura titulada No os agobiéis por el mañana que empezaba así: «No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir [...]» y terminaba de la siguiente manera: «No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos».
No recuerdo de donde la saqué, de qué apóstol era, ni en qué libro estaba, pero sí que me la aprendí de memoria pues en ese momento importante, en el que mi estado civil o, mejor dicho, mi modo de vida cambiaba radicalmente, entendí que el drama, mis miedos, (preo)cupaciones estaban decididos a venirse conmigo, por muy segura que estuviera, y si estábamos destinados a estar juntos hasta que la muerte nos separase, ¿qué sentido tenía seguir obsesionada?
¿Por qué seguir pensando en tiburones en piscinas? ¿En surrealistas accidentes de tráfico? ¿Por qué pensar en la muerte de algún ser querido? En el dolor, en ser violada y secuestrada en un parking, en quedarme afónica para siempre, en cometer un error irreversible y grave.
¿Qué sentido tenía repasar una y otra vez todo aquello que no había pasado?
Ninguno.
¿Pero y si ocurría? ¿Cómo lo afrontaría? ¿Habría forma de estar preparada?
II. En Cómo aprendemos juntos, contaba el escritor y guionista Hernán Casciari cómo creyó haber atropellado a su sobrina de 3 años y todo lo que ocurrió en los 10 segundos siguientes a este no accidente.
Casciari relata, contextualizando los hechos con el pasado, la reacción de su madre, su hermana, el cuñado, su padre y la suya propia ante el impacto del coche contra lo que resultó ser un tronco y ejemplifica cómo ante estos giros que da la vida, las actitudes que surgen pueden ser de lo más inesperadas: la madre repudiando al hijo, el padre poniéndose otra copa, el cuñado a punto de matarle, la hermana hundida... Y él pensando en huir a Finlandia. Y es que «no sabemos quiénes somos en medio de la tragedia», resumía. El héroe, el justiciero, el egoísta, el gallina, el leal, el frío, el valiente, el inmóvil... ¿Qué «yo» mío aparecería si me encontrase en el hundimiento del Titanic? ¿Y en el avión de los Andes? ¿Cómo se escribiría mi historia? ¿Cómo me comportaría?
III. Este fin de semana, leí en Vanity Fair que Andy Warhol dijo que «todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria» y me imaginé todos aquellos momentos del común de los mortales en los que te vienes arriba cual estrella del paseo de la fama.
Contar una anécdota llena de florituras sin nadie identificando las mentiri-sin-jillas; lo que mola creerse una leyenda del rock y saltar de la barra de un bar al suelo pero que te coja la masa; las puertas grandes; que te reciban con flores y aplausos; los rescates con éxito; las devoluciones de carteras encontradas en la calle; las ganas de bailar en el autobús a raíz del temazo que suena en tus cascos; una simple fiesta sorpresa con amigos y mucho momento «sujétame el cubata».
IV. En 1958, Pedro Zaragoza, alcalde de Benidorm, tras obtener el beneplácito del que no debe ser nombrado, puso la maquinaria a funcionar para conseguir lo que hoy conocemos como turismo de masas. «Excelencia, el pueblo está arruinado. No hay pasas, no hay vino. Hemos tenido que cerrar la almadraba porque tampoco hay atún». Y tuvo el visto bueno para abrir la costa levantina a los bikinis y las minifaldas, a los «constructores, hosteleros, hijos de la menestralía de la zona, clases emergentes españolas, pensionistas de Eindhoven y fontaneros de Glasgow». Con su Plan General, democratizaba el turismo. Aparecían rascacielos, balnearios, clubes en aquel pueblito de vida mediterránea.
Y en una noche de aquel año, con la idea de que todo el mundo situase la ciudad en el mapa, se daba el momento «sujétame el cubata»: inspirarse en el Festival de la Canción de San Remo y crear el Festival Internacional de la Canción de Benidorm, para promover la ciudad y la música española; lo que luego sería el certamen para ver quien representaba a España en Eurovisión y por el que pasarían desde Raphael a Julio Iglesias.
¡Y cómo no! En su último libro, cuenta Ignacio Peyró que el empujón definitivo para organizarlo fue una españolada:
- «Si San Remo puede, por qué nosotros no».
V. Esta noche de jueves que escribo estas líneas sintiéndome invencible tras un curso de reanimación cardiovascular (que quita parte de los miedos) y en unas horas en las que pienso en todos los momentos en los que, por una razón u otra, simplemente me crecí, quiero pensar que ante un posible revés de la vida sabré interpretar mi papel.
¿Y hasta entonces?
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Lope de Vega
Vivir intensamente pues «no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio».
Quien lo probó, lo sabe. ¿A que sí, Julio?
Sujet…
Fantástico
Estupendo articulo como de costumbre